El desplome de los precios del crudo, que aseguraba las importaciones del país petrolero, con una producción de alimentos casi nula, es una de las causas de la falta de comida, que lleva a que...
Todos los días, a las seis de la tarde, niños buscan en los contenedores de basura de los restaurantes restos de comida que sacan los empleados. |
Un grupo de niños espera en el patio trasero de un McDonald’s en Caracas. Saben que a las seis de la tarde un empleado del restaurante saldrá con el contenedor de basura, donde —como ya es su costumbre— buscarán comida. Es una escena estrujante, tristemente cotidiana, en la Venezuela socialista, donde la crisis económica obliga a medidas extremas para llevarse algo a la boca.
“Hasta la gente que tiene trabajo revisa la basura para llevarle algo a sus hijos, sea porque no les alcanza o porque no les han pagado”, asegura a MILENIO un padre de familia. Sin estar desempleado, Yoel Guillén, recorre las calles con su hija al hombro, pidiendo dinero para alimentarla. “Yo duro hasta tres días sin comer para darle a mi bebé”, comparte.
En Venezuela la postal cotidiana siguen siendo las largas filas para comprar alimentos básicos: no hay arroz, pastas ni harina. Cuando se encuentran, es necesario esperar de pie más de hora y media. Para los chavistas es una prueba de resistencia ante la “guerra económica” del capitalismo. Para los demás, es un calvario cotidiano que, pese a las molestias, se ha normalizado.
La moneda nacional, el bolívar, sigue devaluándose: 100 pesos mexicanos, poco más de cinco dólares estadunidenses, son equivalentes —según el tipo de cambio oficial— a 13 mil bolívares, 260 billetes de cincuenta que en un mercado popular no alcanzan ni para un kilo de milanesa.
Las frutas —que en este país crecen por doquier— se han vuelto un salvavidas, especialmente el plátano y el mango. “Antes ni lo mirábamos, había buena comida y nadie buscaba el mango”, afirma Hugo Arrieta, quien recolecta la fruta para venderla.
El boom del mango es otro indicador de la crisis en Venezuela, un país donde —según encuestas independientes— la pobreza alcanza a 80 por ciento de los hogares. El gobierno afirma que es de 30%. “Cantidad de gente viene y compra, lo llevan a casa porque con los manguitos se medio ayudan y equilibran la cosa por la falta de comida”, reflexiona el comerciante.
Para muchos, como él, la fruta no es solo una fuente de ingresos, también de calorías, un desayuno o una cena para no dormir con el estómago vacío: “Yo me como diez manguitos y ahí me sostengo en lo que agarro algo de comer. ¡Es lo que me ha salvado!”.
Al respecto opina Susana Raffali, asesora en alimentación con 20 años de experiencia en organismos internacionales: “Nos arrinconaron a comer de la tierra, de la caza y la recolección. El venezolano está comiendo de las frutas que arranca, de los árboles que no han podido ser secuestrados por el Estado”.
Ante esta emergencia, el gobierno de Nicolás Maduro reparte despensas en las zonas populares, tradicionalmente chavistas. Sin embargo, para una familia promedio, los productos no rinden más de quince días.
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En junio de 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) entregó un reconocimiento al gobierno de Venezuela por reducir la desnutrición. El presidente Hugo Chávez incluso presumía a los bebés gorditos y cachetones, “bien alimentados en Revolución”. Hoy la realidad es distinta…
La organización Cáritas Venezuela, brazo de la Iglesia católica, realiza mensualmente encuestas de alimentación en los barrios más pobres del país. Es la única instancia que realiza este seguimiento y los resultados son alarmantes: actualmente solo un tercio de las familias, 34 por ciento, consume proteínas de alto valor, como el pollo, la res y el pescado.
En sus respuestas al cuestionario, los venezolanos dejan ver algunas de sus estrategias para seguir comiendo. Entre ellas, la venta de bienes y la fragmentación del núcleo familiar: por ejemplo, enviando a los niños con sus abuelos o prohibiendo que algún pariente coma en casa. Pero hay estrategias peores, como ingerir pellejos o cáscara de frutas. Comer lo que no se come…
“Salió la mendicidad como forma de obtener alimentos, también la búsqueda en contenedores de basura”, informa la asesora de Cáritas, Susana Raffali. “La gente ha disminuido el número de comidas al día y está comiendo alimentos de menor valor nutricional”.
Venezuela produce pocos alimentos, solo 30 por ciento de los que necesita, mientras el 70 por ciento restante, que se compensaba con importaciones, se ha reducido a la mitad tras la caída de los precios internacionales del petróleo, principal fuente de divisas y sostén del modelo chavista.
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Este país socialista es territorio de severos contrastes. Quien tiene dinero, mucho dinero, aún encuentra productos importados o gourmet en los supermercados de lujo. Las estanterías están llenas y aunque no haya necesidad de filas, incluso en estos negocios se palpa la realidad venezolana.
“Yo aquí vendía alrededor de 45 marcas de aceite de oliva, ahora mismo solo ofrezco tres”, dice Eusebio Fernández, propietario de un supermercado en el este de Caracas.
“Se vende muy bien el jamón serrano italiano, pero a veces no se consigue. Los precios están calculados en dólares y están por las nubes”, acepta Fernández. Por ejemplo, una botella de aceite español cuesta 60 mil bolívares, más de la mitad del salario mínimo mensual recién aumentado por el gobierno, más de dos semanas de trabajo para quienes ganan 97 mil bolívares.
Los restaurantes en la zona exclusiva de Las Mercedes, frecuentada por empresarios, antichavistas y chavistas ricos, se mantienen llenos, con menús impagables para la mayoría. Un doloroso contraste en un país donde activistas denuncian el aumento en la desnutrición infantil severa, incluyendo la aparición de casos de kwashiorkor, término acuñado en Ghana, en la África hambrienta.
Aquí, en la Venezuela de Nicolás Maduro, el hambre avanza como un cáncer entre lo que queda de las clases medias y el pueblo que alguna vez votó por el llamado comandante Chávez…
Fuente: Milenio
Fuente: Milenio