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    martes, 19 de diciembre de 2017

    Describe artista cómo hacer honor al barro

    El barro no sólo es el material con el que Adán Paredes (Ciudad de México, 1961) se ha expresado en el arte, también le brinda una forma de ser que se ha convertido en el eje de su vida, afirma en entrevista con La Jornada.

    Este año, por una fortuna del destino, a la par de presentar cinco exposiciones en igual número de recintos en el país, se acaba de publicar su libro Aramara (Punta Cometa Ediciones), en el cual autores como Jorge Manuel Herrera Tovar, René Bustamante, Alejandro Ortiz González, Fernando Álvarez de Aguinaga y Laura Pomerantz hacen un recorrido por la obra reciente de Paredes.

    Es enloquecedor mirar una pieza de Adán y, por más pequeña que sea, puede uno imaginarla como una mirada aérea de los espacios habitados, de los sitios y rituales o espacios ceremoniales o sagrados colectivos de civilizaciones ancestrales o futuras, escribe el narrador Ramón Vera Herrera.

    Una de las muestras que más entusiasman al artista se presenta en el Museo de Arte de Sonora (Musas) y se titula Anhelos extraviados (concluirá a finales de enero de 2018), dedicada a los migrantes, formada por piezas como El último suspiro, que consiste en una instalación de mil 200 pequeños cráneos de resina cristal que salen de unas barcas y cuelgan del techo.

    Es una metáfora para reflexionar acerca de la última bocanada de aliento de los migrantes, que se convierte en muerte, detalla el autor, quien narra que a tres kilómetros del museo sonorense pasa rumbo al norte el tren conocido como La Bestia.

    Antes de proponer las piezas para la exposición, continúa, “me salí a ver a esas personas que están intentando llegar a Estados Unidos; también leí el libro Los niños perdidos, de Valeria Luiselli, en el que da cifras de la cantidad de pequeños que están migrando, de las que a veces no tenemos conocimiento ni sabemos que hay niños viajando solos desde Centroamérica. Luego coloqué a la entrada del museo un muro con 370 cráneos de barro y elaboré figuras de hombres, mujeres y niños migrantes, algunos mutilados”.

    El libro Aramara, explica el artista, se tardó cinco años en publicar y aborda tres exposiciones relacionadas con el mar. La primera es Naufragio de barro: rescate implícito, que se presentó durante 11 meses en el patio de los lectores del Centro Cultural Santo Domingo, en la capital de Oaxaca, estado donde Paredes radica desde hace varios años.

    En las páginas de ese volumen también se documenta la muestra Bitácora de viaje, que se presentó en La Telaraña, espacio que pertenecía al pintor Alejandro Santiago, fallecido en 2013, y Memoria intervenida, que se alojó en los recintos abiertos de la iglesia de Santa Ana Zegache, instalación compuesta por barcas de madera, flores de cempasúchil, velas, cuerdas y mapas, ambas en Oaxaca.


    El barro me encontró cuando estaba en mi etapa de rebeldía y odio, en mi adolescencia, que hoy llamo de búsqueda. Me fui de mi casa y llegué a Oaxaca, que me deslumbró. Al regresar, un vecino me invitó a trabajar como peón en una excavación arqueológica; fue muy impactan-te porque estábamos en una zona de entierros tepanecas. Encontramos vasijas, malacates, piezas del México antiguo, de barro. Para mí fue muy importante, recuerda Paredes, quien es arqueólogo de profesión.

    Añade que luego lo mandaron al área de salvamento arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), “y comencé a restaurar vasijas. Me pareció un regalo de la vida, estar en contacto con ese barro ancestral. La primera pieza que restauré fue un Huehuetéotl, dios viejo del fuego. Estaba totalmente colapsada y la armé. Ahí fue donde pensé que tenía que aprender cómo se hacía el barro.

    Tomé clases de cerámica en una escuela que entonces tenían en Coyoacán Alfonso Arau y Laura Esquivel, con el profesor Hugo Velázquez, y por ahí me seguí, el barro me atrapó. Al principio piensas que es un material que puedes controlar y no es cierto, hay que entrar en comunión con el material, aprender que ahí se encuentran los cuatro elementos: por supuesto la tierra, el agua para poder modelar, el aire para que se seque, y el fuego que le da la posibilidad de permanencia y presencia una pieza. Entender ese manejo cuesta muchos años. Pero se logra aprender cómo hacer honor al barro.

    En el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México se presentó su instalación Memoria intervenida, compuesta por una colección de embarcaciones de más de cien años de antigüedad que ilustra también los movimientos migratorios a través del tiempo en México.

    Esa pieza formó parte de la muestra Rompiendo muros: migrantes y refugiados. Un desafío para la humanidad, organizada por la Cátedra Nelson Mandela, en colaboración con el recinto anfitrión.

    Paredes participó además con un mural en Procesos en el arte. 60 artistas contemporáneos, que incluyó obra de la colección Pago en Especie 2017 de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en el Museo de la Cancillería, curada por José Springer.

    Dos exposiciones en Puebla completaron los sitios donde el público pudo apreciar este año el trabajo de Paredes. La primera de ellas en el Museo Universitario Casa de los Muñecos, titulada Rapsodia de tierra y tiempo, conformada por 15 piezas de cerámica, vidrio soplado, metal y bambú.

    La otra muestra fue Geometría de la Luz: homenaje a Ben Nicholson, en la galería Pandea Pabellón de Arte, en la zona conocida como Angelópolis, en la capital poblana, dedicada a un escultor inglés contemporáneo de Henry Moore.
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