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    jueves, 11 de enero de 2018

    Historia de la imagen, según Hockney

    El pintor y el crítico Martin Gayford explican el desarrollo y el proceso creativo de la imagen entendida como unidad indivisible, sin distinguir entre el arte rupestre o una foto hecha con el teléfono móvil
    Imaginen un búho. Plumaje pardo. Luna llena. El pájaro está mirándoles desde una rama con los ojos como platos. Incluso pueden oírle ulular. Pónganle el nivel de detalle que quieran. Eso es una imagen: poner en dos dimensiones lo que en la realidad está en tres. Puede ser algo tan concreto como un búho. Puede ser algo tan abstracto como la dignidad. Este simple ejercicio mental es el punto de partida que sirve al pintor David Hockney y al crítico de arte Martin Gayford para darle una entidad propia a la imagen.
    Sin dividirla en subdisciplinas como pintura, cine o fotografía, ambos autores hacen en Una historia de las imágenes (Siruela) un repaso por los 17.000 años de imágenes que hemos alumbrado como especie humana. Desde las pinturas rupestres de Altamira a las películas de Disney. Explicar el proceso creativo de las imágenes desde el principio de los tiempos.

    Caravaggio siempre estuvo ahí

    Tres imágenes icónicas aparecen frente al lector. El explícito Judit y Holofernes de Caravaggio, la Mona Lisa de Da Vinci, y una foto en blanco y negro de la actriz Marlene DietrichA priori, no encontramos ninguna relación. En la primera imagen, un general es decapitado de la manera más sangrienta que se puedan imaginar; a su lado, la obra más famosa de Leonardo sonríe; el triunvirato lo cierra uno de los retratos más famosos del ángel azul alemán. Hockney y Gayford encuentran en tres imágenes de épocas tan distintas la similitud definitiva: la maestría en el uso de la luz. Según los autores, a Caravaggio le debemos todo y más en la iluminación pictórica. Maestro de los claroscuros, el pintor italiano pasó a la historia del arte como el pincel más diestro con los focos directos. Martin Gayford llega a afirmar que se trata del primer caso de «luz hollwoodiense», ya que Caravaggio conseguía «como los buenos fotógrafos, aprovechar la expresividad máxima que le podía brindar la luz». Hockney añade que el pintor italiano «solucionó la difícil tarea de iluminar el dramatismo». Narrativa en óleo sobre lienzo.
    Los autores hacen hincapié en la figura del autor de La crucifixión de San Pedro, entre otras tantas, para señalarle como el mejor testigo de la tradición davincianay el que la supo elevar a una potencia supina en la que la luz deja de ser un elemento de verosimilitud matemática y pasa a convertirse en un personaje más de la obra pictórica. Una manera de imprimirle carácter al cuadro.Caravaggio, afirma Hockney, «pasa de la piel iluminada a la oscura mediante una gradación de una increíble sutileza que aún no consigo comprender cómo consiguió».
    La explicación, siempre según Gayford, viene dada por la influencia del arte europeo tradicional. «Los expertos olvidan a veces que, fuera del desarrollo artístico occidental, apenas hay sombras», escribe el crítico de arte, y continúa: «Inventada por los griegos o no, la sombra como elemento lumínico es un aspecto diferenciador de una importancia increíble».

    Cómo ensamblar espacio y tiempo

    Uno de los aspectos más interesantes de la retrospectiva para los autores de Una historia de la imagen resulta, también, la más esquiva presa de la cultura humana: el ensamblaje perfecto entre espacio y espacio. Según David Hockney, este Santo Grial del arte se complica por momentos en la fotografía, que solo recoge un segundo, y en la pintura, que requiere de horas para acabar plasmando el mismo espacio de tiempo. «No hay capas, no hay contexto», dice Gayford.
    Según los autores, el primero que se acercó de algún modo a la consecución de la meta fue Giotto, conocido por inventar la perspectiva en la pintura, pero rápidamente «su trabajo quedó obsoleto a medida que aparecían pintores más diestros».
    Luego, Brunelleschi, que gracias a su trabajo en el Baptisterio de San Giovanni rozó el cielo con los dedos al «plasmar en un solo edificio un cosmorama portátil sin caja». Gayford hace referencia a la capacidad del arquitecto para plantar en medio de la Florencia de su tiempo su concepción propia del espacio y de una «virtud tan plena como dependiente de las concepciones divinas de la vida».
    «En estos tiempos, sabemos que no puedes tener espacio sin tiempo, pero no hace más de un siglo que todo el mundo creía que ambos eran independientes y absolutos», reflexiona el pintor británico. Y ese siglo que marca como piedra de toque es ya en realidad un poco más. David Hockney, como no podía ser de otra manera, hace referencia a los pintores impresionistas de finales del S. XIX, en especial a Claude Monet: «Inspirado por los témpanos de hielo del invierno más frío de la historia de Francia, Monet tuvo que trabajar a contrarreloj. El hielo no podía durar ni una sola noche». El resultado, afirma Hockney, «transmite unas condiciones extremadamente veloces, no solo con el hielo, sino también con la luz, el amanecer y el anochecer». Para Monet, en cambio, aquello fue un auténtico desastre. Su «peor debacle» pasaría con honores a la historia del arte.

    El instante eterno

    En plena era de los selfies e Instagram, el valor de la fotografía como medio de inmortalización absoluta se diluye cada vez más en el tiempo. Para Gayford y Hockney esto no es más que el cambio en el signo de los tiempos, pero no por ello pasan por alto lo que ellos denominan como «la mejor hija posible de la pintura».
    Explicando paso a paso el proceso técnico por el que en 1839 se consiguió, por fin, detener el tiempo sin detener a los que lo viven, los autores se embarcan en un viaje por el uso de la fotografía como recurso de «imitación de la vida».
    Para ello se sirven de uno de los primeros ejemplos, las dos versiones que hizo de sí mismo el artista inglés William Etty: encargó un calotipo al fotógrafo David Octavius Hill y, a partir del mismo, se retrató en óleo sobre lienzo. «La división entre director y cámara había quedado establecida para siempre», afirma rotundo Martin Gayford.
    Una historia de la imagen continúa de manera cronológica con el repaso a los pintores que vieron en la fotografía una oportunidad antes que una amenaza. Así, aparecen las carreras pictóricas de nombres tan importantes como Millet, Ingres o Degas, pero el libro se detiene para analizar la figura de Pablo Picasso.
    El maestro malagueño, siempre a la vanguardia y no contento con pintar fotografías, le dio la vuelta por completo al concepto. Hockney afirma que Picasso «inventó la anti-fotografía. Las señoritas de Avignon es el primer cuadro donde el suelo y las figuras se entrelazan por completo, algo que ninguna cámara del mundo podía hacer».

    Juego de humo y espejos

    Decía Edgar Allan Poe que no hay elemento que se resista al ingenio humano. Según Hockney, todos aquellos aparatos o inventos que hemos dado a luz como especie no son más que el eco que tuvo la creación de otro congénere antes, mucho antes que nosotros. La invención de la fotografía, a la que autores del libro dedican varios apartados, no es más que otro de estos casos de soberbia autosuficiente. Los autores, a través del conocido uso de espejos por la escuela flamenca o por Velázquez para dotar a sus cuadros de entidad propia, reivindican a los pintores como los verdaderos maestros en la empresa de la congelación de instantes.
    En Una historia de las imágenes se explica cómo, a través del posicionamiento de superficies reflectantes, pintores como Van Eyck o Da Vinci conseguían captar con mayor nitidez el matiz de la perspectiva y el espacio entre los planos para ponerlo en dos dimensiones. Según el pintor italiano «los espejos tienen la capacidad de simplificar la realidad».
    El detalle del espejo convexo de Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa goza de un análisis propio. De hecho, en el libro se cita un estudio de Martin Kemp en el que se afirmaba que la única manera de la que pudo pintar Van Eyck el cuadro fue colocando a los modelos con precisión matemática. La pintura es considerada inequívocamente como la obra cumbre en esta materia, junto a Las meninas de Velázquez. El pintor ya no dependía de la realidad para crear, ahora los ángulos y las dimensiones dejaron de tener secretos.
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